Cuidadooooo allá está la luz malaaaa!
Algunos investigadores del folklore nos hablan de fuegos fatuos a los que el indígena consideraba manifestaciones de ultratumba. Lo cierto es que cuando en el camino aparece uno de estos fuegos, el sendero deja de ser transitado por largo tiempo. Los criollos por lo general, los llaman luz mala. Son reales y obedecen a varios fenómenos naturales: pueden ser emanaciones de metano, comunes en terrenos pantanosos como la región de la Provincia de Buenos Aires, cerca de la Bahía de Samborombón. Otras veces son producidos por gases de la descomposición de sustancias orgánicas, sobre todo grasas, enterradas muy cerca de la superficie e incluso por la fosforescencia de las sales de calcio de esqueletos de animales esparcidos en el campo, comúnmente llamados osamentas. En los dos primeros casos, la luminosidad es tenue e intermitente, oscilando o trasladándose de un punto a otro, impulsada por la más leve brisa. En el último caso, concurren varios factores, como el agotamiento visual, el miedo, la falta de puntos de referencia en la oscuridad y la imaginación, que hacen que el observador la vea moverse. Estos desplazamientos, virtuales o reales, hacen que la "luz mala" sea atribuida a "almas en pena", que por ese medio manifiestan su deseo de vincularse a un ser vivo que les sirva de compañía. Según la tradición, tales almas vagan errantes porque sus pecados no les permiten entrar al cielo (aunque tampoco son tan graves como para merecer el infierno). Según la creencia, buscan esa compañía hasta que algún familiar realiza algún acto que las redime.
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